CAPÍTULO 0

Capítulo 0

Accidente

           

Me llamo Patrick Vernier y mis sueños se hicieron pedazos a los pocos días de cumplir ocho años, cuando volvía de una estación de esquí situada cerca de la frontera con Canadá, donde había pasado un fantástico fin de semana con mis padres.

Papá es científico aeronáutico y trabaja en Cabo Cañaveral mientras que mamá es economista en Wall Street.

A pesar de que sus trabajos eran muy absorbentes, hacían lo imposible por estar conmigo y hacerme feliz. Yo apreciaba mucho sus esfuerzos por complacerme. Estábamos muy unidos.

—Tenemos una sorpresa para ti, Patrick —anunció papá mientras conducía relajadamente—. La semana que viene iremos a Orlando, a Disney World.

—Para celebrar tu cumpleaños —añadió mamá—. Con lo imaginativo que eres, te encantará.

—¡Graciaaaas! —exclamé, muy ilusionado—. ¡Es el mejor regalo que podíais hacerme!

Apenas nos habíamos cruzado con unos pocos automóviles en todo el trayecto. Casi no había tráfico y el ambiente invitaba a conducir tranquilamente, a pesar de las curvas y de las forzadas pendientes. Era una zona boscosa, nevaba sin cesar y la visibilidad no era buena.

 Al llegar a una curva muy cerrada, salpicada de placas de hielo, un camión que transportaba troncos de madera y que descendía en sentido contrario derrapó y dio algunos bandazos.

—¡Cuidado, Walter! —gritó mi madre, que se dio cuenta inmediatamente del peligro—. ¡Cuidado!

 Pero la advertencia llegó demasiado tarde.

Papá, muy contento, miraba en ese instante hacia atrás mientras hablaba conmigo y, a pesar de que reaccionó con rapidez, no pudo evitar el encontronazo.

El camión, que me pareció un enorme monstruo de hierro, se desbocó y se abalanzó contra nosotros, golpeando nuestro coche con tanta fuerza que ambos vehículos perdieron la estabilidad y se salieron de la carretera.

Nosotros nos llevamos la peor parte.

Las cadenas del remolque se rompieron y los grandes maderos salieron despedidos hacia todas partes con tan mala fortuna que algunos se estrellaron contra nuestro automóvil y lo impulsaron hacia el bosque. Papá hizo todo lo que estuvo en su mano para reconducirlo, pero sus esfuerzos fueron inútiles y nada ni nadie pudo impedir lo que sucedió a continuación: la puerta trasera se abrió, salí despedido por los aires y me estrellé contra un gran árbol… Sentí un chasquido general por todo el cuerpo que me llenó de pánico. En aquel momento supe que algo grave acababa de ocurrirme.

 

 

Papá consiguió hacer una llamada de emergencia con su móvil mientras mamá lanzaba inútiles gritos de socorro en aquel paraje solitario. Yo estaba consciente, pero no podía moverme. A pocos metros, un hombre de gran tamaño me observaba silencioso, aterrado y compungido.

Cuando las primeras ambulancias llegaron al lugar del accidente, los enfermeros determinaron que mi vida corría serio peligro y pidieron un helicóptero que me trasladó hasta un hospital de Nueva York, para ser atendido de urgencia.

Mientras me operaban a vida o muerte en el hospital Keaton, tuve muchos sueños y pesadillas en los que se mezclaban escenas de mi infancia, de cuando jugaba con mis padres en Central Park, haciendo volar una cometa negra con forma de dragón.

 Cuando cuatro horas después abrí los ojos, los dos me miraban con ilusión porque regresaba al mundo de los vivos.

Los médicos me habían salvado la vida, pero nos aguardaban malas noticias:

—Patrick necesitará ayuda para caminar, ya que sus piernas están hechas añicos... —anunció el doctor Keaton—. Deberá usar una máscara de oxígeno en determinadas ocasiones y tendrá que revisarse regularmente la columna vertebral para realizar un seguimiento de algunas vértebras que pueden haberse desplazado. Deberá hacer constante rehabilitación... Lo siento, hemos hecho todo lo posible, pero el impacto ha sido tremendo... Además, habrá que operar de nuevo en unos meses, cuando se haya repuesto... Los huesos de las piernas no han soldado bien... En fin, la nariz está rota y ha quedado ligeramente torcida, pero no es grave… Lo de la ceja solo dejará una cicatriz…

         A mis ocho años, no acabé de comprender la magnitud del diagnóstico, pero mis padres, que sí lo entendieron, se quedaron desolados... Sobre todo papá, que no acababa de asumir las consecuencias de su distracción.

Luego, cuando mejoré, se marcharon para atender sus compromisos profesionales y me dejaron solo. En esa etapa de dolor y soledad, me aficioné a la lectura y mi imaginación se desbordó por completo. De alguna manera, ya sabía que jamás haría realidad mi sueño de explorar esos mundos con los que tanto había soñado.

Mi tío Henry, que era un afamado autor de libros de fantasía y aventuras, me traía todos los que podía y me convirtió en un lector empedernido. Gracias a él, en la soledad de mi habitación, conocí a los mejores escritores y descubrí excitantes historias futuristas, de aventuras y de fantasía.

Los dragones se convirtieron entonces en mis animales favoritos y poblaron mis sueños para siempre. Nació en mí el gran deseo de viajar a lomos de un dragón y en mi interior se abrió una puerta a la fantasía que ya nunca se cerró.

Fue entonces cuando empecé a acariciar la idea de ser escritor.

Ocho meses más tarde, después de dos nuevas operaciones, me dieron el alta y mis padres vinieron a buscarme al hospital para llevarme con ellos.

—¿Estoy curado? —pregunté ingenuamente aquel día, a través de la mascarilla de oxígeno que estaba conectada a una bombona, mientras la ambulancia nos llevaba a nuestro piso situado frente a Central Park, el pulmón de Nueva York.

—Claro que sí, hijo —respondió mamá—. Ahora tienes que ponerte en forma. Estos meses en el hospital te han debilitado mucho. Ten paciencia, todo llegará. Ahora solo debes pensar en recuperarte... y en estudiar... ¡Ha llegado la hora de volver a la vida normal!

—¿Podré ir al colegio?

—Por supuesto. Sólo tendrás que tomar algunas precauciones, pero todo está listo para que puedas volver con tus compañeros.

—Vivirás conmigo y podrás hurgar en mi biblioteca —propuso tío Henry—. Nada te impedirá leer todo lo que quieras. Nos lo pasaremos bien, ya lo verás.

—Patrick, escucha, hijo… Mañana me voy a Cabo Cañaveral para dirigir la puesta en marcha de un nuevo satélite espacial, de gran importancia científica, por lo que estaremos un tiempo sin vernos. Te echaré de menos.

—Papá y yo vamos a estar fuera una larga temporada por cuestiones de trabajo. Tengo que buscar financiación para el proyecto y me tendrá muy ocupada —añadió mi madre—. Te quedarás con tío Henry, en la casa de Nueva York, y te portarás muy bien. ¿De acuerdo, Patrick?

—Me acordaré mucho de vosotros —musité, pensando en lo solo que me iba a quedar—. Os quiero mucho.

—Vendremos a visitarte cada vez que sea posible —prometió papá—. Tu tío Henry cuidará de ti. Estarás bien,

No les dije que no me gustaba separarme de ellos y me hice el fuerte para no hacerles sufrir, pero me sentí abandonado.

Solo me quedaba la imaginación y me aferré a ella, convencido de que, durante el resto de mi vida, soñar iba a ser lo único que podría hacer.

Sin embargo, el destino me había preparado un futuro excepcional.

Esta es mi historia... La increíble hazaña de un chico al que, a veces, le costaba respirar por su propia cuenta y estaba casi imposibilitado para caminar, que vivió una aventura única y sorprendente gracias a un maldito e inesperado accidente de coche cuando volvía de esquiar.