CARICIAS DE LEÓN

 

 CAPÍTULO 3

 

La clase fue tan deprimente que, cuando salimos por la tarde, me fui con mis amigos al campo de fútbol a entrenar. Pasé completamente de Diana que, con lo de las citas literarias, me había puesto muy nervioso.

La verdad es que nuestro equipo no llevaba nada bien la temporada. Perdíamos todos los partidos y eso nos tenía muy enfadados a todos. Enfadados y desanimados.  

Kevin, nuestro entrenador, era un tío muy blando, que no nos exigía esfuerzos. Algunos teníamos la impresión de que sólo le interesaba demostrar que era un buen estratega, y otros opinaban que debería dedicarse a dar clases de baile. A pesar de todo, había algo en él que me gustaba.

-Hoy no quiero peleas entre vosotros -dijo apenas entró en los vestuarios-. Por muy agresivos que os pongáis, no vais a ser campeones.

-¿Y qué hay que hacer para ganar? -preguntó Montes, desde el fondo.  

-Usad la cabeza.

-Pues la cabeza no nos sirve de mucho últimamente -insistió Montes.  

-No nos sirve de nada porque estáis empeñados en no usarla -explicó-. Sólo la utilizáis para golpear el balón.

-Los equipos contrarios bien que usan los puños, los codos y las piernas -se quejó Ángel.

-Quiero que os portéis como jugadores inteligentes y no como matones de barrio. Eso es lo que quiero.

Después nos pidió que hiciéramos algunas flexiones y ejercicios gimnásticos más propios de bailarinas que de verdaderos jugadores de fútbol.

-¡Venga, venga, que tenéis que tenéis que estirar esos cuerpos!

-Kevin, yo no quiero dedicarme al ballet -dijo Andrés al cabo de una hora-. Estos ejercicios no sirven para nada.

-Os hacen más ágiles, que es de lo que se trata -respondió Kevin-. No me cansaré de repetir que más vale maña que fuerza. En fin, lo mejor es que lo dejemos por hoy. Tenéis la cabeza en otro sitio.

-Sí, estamos pensando en cómo atizar a los del Hortaleza -dije.

-La violencia no sirve para nada -replicó-. Es mejor aprender a hacer un juego inteligente... Venga, a los vestuarios.

Unos minutos después, me metí en la ducha y me quedé un buen rato bajo el agua fría, pensando en las palabras de Kevin. Salí casi el último y me crucé con él en el patio:

-León, me han contado que tu madre ha tenido un accidente -dijo-. Quería decirte que lo siento mucho.

-Bueno, hoy la mandaban a casa. Ha sido más un susto que otra cosa. Hace tiempo que tiene problemas de huesos.

-Si quieres, podemos hablar con mi tío, que especialista en...

-No, gracias, de verdad que no hace falta -respondí-. Mi padre ya se ocupa de todo.

No tuve valor para decirle que, a lo mejor, no iba a tener tiempo de ayudarme, ya que los miembros del Comité estaban estudiando su posible destitución. Todo el mundo estaba harto de él, así que no parecía conveniente contar con su colaboración.

Salí a la calle y me encontré con Diana, que me estaba esperando.

-¿Qué pasa? Hoy has salido corriendo casi sin despedirte -me reprochó-. ¿Es que ya no quieres hablar conmigo?

-No, no es eso, es que tenía prisa. Había quedado en venir al entrenamiento y todo eso.

-Ya, sí, claro...

-Además, lo de mi madre me ha puesto muy nervioso. No sé lo que hago.

-Bueno, pues nada, ya hablaremos otro día -dijo, dando un paso hacia atrás-. Mañana nos vemos en clase.

-No, espera. No quería ser grosero, pero es que hoy he tenido un mal día.

-¿Y por eso te has marchado sin decir adiós?

-Perdona. Lo siento, a lo mejor hoy he estado un poco...

-¿Insociable?

-Sí, eso. Perdóname, de verdad.

Empezamos a caminar y la acompañé hasta su casa. Aunque no estuve muy hablador, logré tranquilizarla.

-Somos amigos -dijo-. Nadie te obliga a estar conmigo. Pero no quiero que me trates mal.

-Yo jamás haré nada que te ofenda o te haga daño -afirmé categóricamente.

-¿Lo juras?

-¡Lo juro por lo más sagrado! Ya sabes que te tengo mucho respeto.

Se acercó y me dio un rápido beso en la mejilla:

-Así me gusta -dijo-. Cuando quieres, eres un encanto.

Después de unos segundos de silencio, le hice una proposición:

-Si quieres, podemos dar un paseo por el parque.

-Ya, por lo oscuro, ¿no?

-Podemos ir a nuestro banco, a ver si consigo que me perdones.

-¿Y cómo vas a conseguirlo?

-¿Con un beso?

-Ni se te ocurra intentarlo -advirtió-. Sólo. Hablaremos.

Llegamos a nuestro sitio favorito, un banco de madera, apartado de las miradas indiscretas, que solía estar vacío. Nos sentamos y le pasé la mano por el hombro.

-¿Puedo darte un beso o no? -pregunté.

Me miró como solía hacerlo cuando quería provocarme: con una mezcla de picardía e inocencia. Sabía que le gustaba hacerse de rogar, así que me acerqué muy despacio, le di un suave beso en la mejilla y esperé su reacción. Como no protestó, seguí con mi maniobra de acercamiento.

-León, no...

-No protestes -dije-. Yo sé lo que tengo que hacer.

Apreté mis labios contra los suyos. Cuando noté que intentaba liberarse, presioné con más fuerza.

-¡Quieto! ¡No sigas! -protestó.

Pero no le hice caso y la sujeté con fuerza.

-¡Ya está bien! -exclamó, poniéndose en pie-. ¡No seas bruto!

-Pero, bueno, ¿a qué viene esto? ¿Qué te pasa?

-Me estabas haciendo daño.

-Déjate de tonterías. Siempre protestas por todo... Si no puedes aguantar un morreo, lo dejamos ahora mismo.

-Es que me hacías daño -explicó-. Apretabas demasiado.

-¿Y qué querías? Las parejas se aprietan cuando se besan, ¿sabes?

-León, no es necesario que me tritures cada vez que me das un beso. Ya te lo he dicho muchas veces.

Cogí mi mochila y di un paso hacia atrás:

-Venga, no te enfades -dijo, intentando hacerse la simpática-. Vamos a tu casa, que quiero saludar a tu madre.

-No sé si es un buen día...

-Claro que sí. Ya te he dicho mil veces que el cariño es la mejor medicina. Quiero animarla un poco.

Sus amables palabras apenas consiguieron apaciguarme. Diana me estaba desconcertando.

Desde la calle vi que la luz del salón estaba encendida.

-Mi madre ha llegado -dije, dándole un pequeño y cariñoso azote en el culo, para indicarle que podíamos entrar-. Subamos a ver cómo está.

A pesar de que no dijo nada, tuve la impresión de que aquella caricia no le había gustado.